“La cara es el espejo del alma”

Mª Encarnación Hernández. Una persona que quiere y se deja querer.

84 años. De Barranquillo, un pueblo de Granada. Se mudó a Barcelona a los 30 años. Viuda, tiene 4 hijos, 8 nietos y 8 bisnietos. Es una madre, abuela, bisabuela y, sobre todo, persona muy querida. Frase: “Dios los cría y ellos se juntan”. Refrán popular.

La alegría de la huerta

María Encarnación es una bellísima persona que conocí yendo a repartir comida a familias del barrio del Raval, en Barcelona. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que fui a visitarla con una buena amiga pero se acordaba perfectamente de nosotros. Sigue igual. Mermada físicamente pero con un entusiasmo y salero, propio de su tierra, envidiable. Su vida la ha dedicado a repartir suerte vendiendo billetes de lotería y a cuidar de los suyos. Se casó a los diecisiete años y a los veintiuno ya tenía tres de los cuatro hijos que ama. De cultura popular, vive en condiciones muy humildes y lidia día a día con la crueldad de la crisis. Es extraordinaria por su bondad, sencillez y forma de sonreír a la vida. Como dijo Hemingway, “la gente buena, si se piensa un poco en ello, ha sido siempre gente alegre”.

Qué ilusión verle de nuevo.

¡Y a mí! La veo estupenda.

Estoy bien, todo el mundo me lo dice. Pero no puedo andar como yo quiero.

¡Con lo que le gusta pasear!

No siento rabia, sino tristeza. Con lo que he sido y ahora no puedo. Pero, ¿qué le vamos a hacer, hijo mío? Aguantar todo lo que venga y que se pare aquí, que Dios no me suba más la enfermedad.

¿Qué tiene?

Tengo de todo: colesterol, azúcar, la tensión alta hasta el tope, el cuerpo me falla, me he caído más de veinte veces…

Tiene que ir con cuidado.

El otro día me caí en la calle. Pero vino mucha gente a ayudarme. Todos estaban con el móvil para llamar a una ambulancia y me llevaron al clínico. Hay gente buena en el mundo.

Claro.

Y mi nieta Vanessa es un tesoro. Se ha quedado siempre conmigo en el hospital. Es muy grande, muy grande. Siempre le digo que no tendría que morirse nunca en la vida, que es un tesoro.

Orgullo de abuela.

Mis nietos son unos soles. Son tan buenos, amables, cariñosos…

¿Su familia lo es todo, no?

Sí. A mis hijos los quiero mucho, lo mismo a mis nietos, y a mis bisnietos. ¿Por qué será eso?

Misma sangre.

Ya verá lo que es tener hijos. Yo los quiero con locura, de verdad. Que me digan a mí lo que quieran pero que no se lo digan a mis hijos. De mis hijos todo es bueno, como su madre.

Jajajaja… ellos también la quieren mucho.

Muchísimo. El otro día mi hijo que vive en Galicia me llamó y me dijo que a lo mejor venía unos días a verme este verano. Le dije que tenía muchas ganas de verle, y me dijo: “Mamá por muchas ganas que usted tenga, yo tengo muchas más”.

¿Le va bien por allí?

Está malo también, tiene la pierna hinchada. Menos mal que sus dos hijos trabajan en el puesto que tenía él de pescadero por los pueblos y van tirando. Sus hijos son dos claveles.

¿Qué hace para que la quieran tanto?

No sé. Yo no hago nada.

Pero no sólo sus hijos, sino todo el mundo.

Se ve que sí, más vale eso que a uno no puedan ni verlo.

No cabe duda. Deme un consejo.

Que vaya siempre por el buen camino y cuando la cosa se ponga un poco…. vuelva a buscar el lado bueno.

Eso se intenta.

Y si quiere que le respeten, hay que respetar.

¿Usted no tiene enemigos?

No me gusta faltarle a nadie pero el otro día un policía me dio mucha rabia. Durante toda la vida he podido entrar al mercado con mi carro y este policía no me dejaba hacerlo. Le pregunté por qué no me dejaba y me dijo que no sin más. Le dije que tenía la cara más dura que el cemento y que por muy chulo que se pusiese no me daba miedo.

¿Qué pasó al final?

Mi carro entró dentro. Si lo hubiera dejado siempre fuera, mi carro es el primero que se queda allí. Me dijo: “Señora no hay quien pueda con usted, eh”. Y de nuevo al salir: “Se ha salido con la suya”.  Le dije que no me había salido con la mía, que mi carro había entrado siempre, y que porque estuviera él no iba a dejar de hacerlo.

Vaya cafre.

Yo ya se lo vi en la cara, no me gustó cuando entré, se lo juro, eh.

Tiene buen ojo.

La cara de las personas es el espejo del alma. Yo cuando voy por la calle y veo una persona que no me transmite simpatía, mal. Y luego podrá ser una bella persona… pero yo me fio de mis ojos. Mire, cuando yo vendía lotería de bar en bar había veces que dejaba de ir a una mesa. Y me venía el camarero y me decía: “María, te has dejado una mesa”. Y le explicaba que no me daban buena espina. “Que buen ojo tienes, María”, me decía.

Ya veo, ya.

Hay que apartarse de las personas con malas formas o mal carácter…

Pero también hay gente muy buena, me decía, ¿no?

Sí, sí. Por ejemplo el lampista que venía a casa se encargó de conseguir el ascensor para que pudiera bajar a la calle. Me decía que tenía que conseguirlo antes de irse. “Usted se lo merece, yo no me muero hasta que le consiga el ascensor”. Tenía cáncer, era un hombre muy bueno y simpático.

No se quejará…

No me quejo de nada, ni de los médicos.

¡Qué positiva!

Haciendo la recuperación de la rodilla con un grupo de pacientes el especialista me decía que era una santa porque las otras mujeres se quejaban de todo. Gritaban cada vez que les tocaban los huesos. Yo me meaba de risa.

Encima de no quejarse, se ríe.

Ya tenemos suficientes penas como para no reírse de cosas así.

María, antes de irme le tomo una foto.

Ni peinada que estoy ni nada. Ole, ole y oleeee. No saben la alegría que me han dado, sólo lo sé yo.

Un beso María.

Veinte para ustedes.

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